Publicado el : 31 de Octubre de 2022
En : General
Por Pablo Regent, profesor del IEEM
Cuando era niño me enseñaron que si quería ver el movimiento de las estrellas tenía que fijar la vista en un punto único y permanecer así un buen rato. Esto me permitiría descubrir movimientos que en una mirada desordenada sería imposible percibir. Algo parecido hay que hacer para descubrir cambios en las conductas de las personas a través del tiempo. En estos treinta años he tenido la oportunidad de observar, siempre desde la misma perspectiva, el paso de hombres y mujeres que en forma sistemática discutían casos en nuestras aulas. Prestando atención, como me enseñaron en la infancia, pude descubrir algunas “estrellas fugaces” que quizás para otros haya sido difícil observar.
Por motivo de espacio, me voy a quedar con una que valoro de vital relevancia. Se trata del balance entre certeza y confianza cuando hablamos de liderazgo. Suavemente al principio y mucho más pronunciado en los últimos 10 años, la dificultad para construir relaciones de confianza por parte de quienes lideran se ha vuelto notable. De alguna forma, y sospecho de cuál, quienes han de tener algún tipo de liderazgo en la organización que sea han ido transformando esta cualidad tan valiosa en la búsqueda y otorgamiento de certezas, que muchas veces se terminan develando como poco ciertas.
El valor de la confianza en cualquier relación humana se basa, necesariamente, en la imposibilidad de estar seguro. Exige un cierto espacio para la duda, para la posibilidad de no estar en lo cierto. Esta falta de seguridad absoluta tiene, entonces, que buscar otro camino para poder avanzar y lo encuentra justamente en el confiar en el otro, ya sea el jefe, el referente, el hermano mayor o un colega circunstancial. Cuando solo accedemos a comprometernos si hay certeza total, estamos matando la creatividad, la innovación. La certeza no da lugar al cambio disruptivo. Este cambio exige ir hacia lo distinto, hacia aquello que exige una pizca de misterio y que por lo tanto no es accesible a través de un razonamiento puramente lógico y protocolizado. Además, si así lo fuera, lo nuevo sería alcanzado por todos, dejando de tener un valor diferencial para el que lo consigue.
El verdadero liderazgo, el único en realidad, los demás no merecen el calificativo, se basa en la construcción de confianza. En primer lugar, confianza del líder en sus subordinados. Todo parte de allí. En realidad, parte de un poco antes, de la confianza del líder en sí mismo, en su idoneidad para la tarea, en la calidad de su motivación y en la consistencia entre su pensar y su obrar. A partir de este nada sencillo pilar, el líder ha de hacer un “acto de fe” confiando, prudentemente de acuerdo con las circunstancias particulares de cada caso, en cada uno de sus subordinados. Para esto, el líder habrá de arriesgar exponiéndose de una forma que aquellos que solo saben actuar en el cálido clima de la certeza no saben ni pueden hacer. Si lo hace bien, si trabaja gradualmente, si dedica tiempo a conocer a los miembros de su equipo, a entender su forma de pensar y sentir, comenzará a aparecer otro tipo de confianza, más valiosa aún. Se trata de la confianza de los de su equipo en él. Alguien podrá pensar que con esto ya un líder está cumplido. En realidad, lo único que tiene hecho es haberse acercado al umbral de lo más valioso en el trabajo de quien lidera: la construcción de confianza entre los miembros de su equipo.
Cuando el trabajo de quien lidera, con el tiempo, produce un ambiente de confianza mutua que trasciende su persona, el círculo se cierra. Se retroalimenta la confianza de cada uno con el líder y de estos con ellos, a la vez que el clima de confianza entre pares hace posible llegar a objetivos que la simple relación radial de confianza no permite.
Hay que trabajar en enseñar a las personas a confiar. Mi impresión es que antes esto era más natural. Que no hacía falta enseñarlo. Hoy esto que he escrito aquí, cuando lo comparto en el aula siempre termina con algunas caras de asombro. Pero un asombro esperanzado, atento a algo que gusta y que se percibe ya no como importante sino como imprescindible.
Obviamente que todo esto tiene que ver con aquellos que lideran y buscan hacerlo. Para los que simplemente pretenden gestionar o administrar, la certeza alcanza.