Por Adrián Edelman, profesor del IEEM, escuela de negocios de la UM
Esta columna está dirigida a directivos de empresa todavía muy involucrados en la gestión que están convencidos, y con razón, de que gran parte de lo que la empresa es, es gracias a ellos.
Mi objetivo con estas líneas es muy modesto. Apenas plantar una pequeña duda: quizás todo lo que la empresa no es, y podría haber sido, y todo lo que la empresa nunca será, en comparación a lo que podría ser, también es gracias a vos…
En otras palabras, es muy probable que seas el principal cuello de botella o “el Herbie” de la empresa. En La Meta, un libro clásico de Eliyahu Goldratt y muy didáctico sobre analizar y mejorar procesos, el protagonista tiene una revelación cuando acompaña a la clase de su hijo a una caminata: Herbie es el gordito del grupo, el que hace ir a todos más lento —el cuello de botella—. A partir de esa observación, el protagonista, gerente de una fábrica en crisis, encuentra pistas sobre cómo resolver los problemas de la empresa.
La inspiración para estas líneas viene de las “caminatas” en las que muchos de ustedes me permiten participar: amigos, colegas, participantes de programas del IEEM, clientes… Ya imagino a algunos intentando “descubrir” en quién se basa cada ejemplo… ¡Nunca se los reconoceré! Y al único a quien deberías reconocer es a vos mismo.
Los cuellos de botella más fáciles de visualizar son los recursos de un sistema que tienen menos capacidad (o velocidad de producción) que el resto —o sea, los más lentos—. Pero en un sentido más amplio, el cuello de botella es la última y principal limitante que se interpone entre el estado actual y cualquier estado futuro deseado y mejor: ser más grandes, más rentables, más profesionales, más ágiles, más serios, más sustentables…
Con esta lógica, todo lo que ocurre, y todo lo que no ocurre en la empresa, es inevitablemente responsabilidad de quien dirige, directa o indirectamente, y más si mucho de lo que ocurre depende mucho de quién dirige. Exploremos algunas características de los cuellos de botella y observemos cómo es totalmente intercambiable hablar de “hornos” y procesos físicos que de “directivos” y empresas:
Lo paradójico de los puntos ciegos es que cuanto más invisibles son para el portador, más evidentes son para quien está enfrente. Por eso nos resulta fácil “ver” el problema en otros… y hasta creemos saber cuál es el camino que los otros deberían tomar para encontrar una solución:
¿Todavía seguimos creyendo que somos tan únicos y singulares que estamos libres de esta maldición que tan fácilmente vemos en otros? Espejito, espejito…
¿Cómo se sigue? El primer paso es plantearse la duda. Tomarse el tiempo para cuestionarse si todo lo malo “que me pasa” en realidad podría tener algún origen en mis propias limitaciones… Desde “estoy rodeado de inútiles” hasta “los clientes no entienden nuestra propuesta de valor”. Si no hay al menos una pequeña duda, aunque sea en privado y sin compartirla con otros, no hay punto de partida.
Publicado en Café & Negocios, El Observador, 17 de abril de 2019.