Sin palabras y con ojos cargados de emoción | #LifelongLearning
Publicado el : 03 de Marzo de 2023
En : General
Por Santiago Sena, profesor del IEEM
¿Cómo se describe una experiencia transformadora? Presenciar el nacimiento de un hijo, la belleza de un paisaje deslumbrante, el silencio de una verdad que acaece en el corazón después de una búsqueda intensa o el dolor de una pérdida. El impacto desbordante de algunos acontecimientos nos para de frente con las limitaciones de los conceptos y de las palabras. Hay mucho misterio que nuestro vocabulario no logra explicitar en signos y letras. Por eso, muchas veces nos quedamos “sin palabras”. Es que, realmente, no las hay. O, si las hay, no alcanzan.
“Santi, ¿estás para escribir una columna corta sobre el IEEM Leadership Week, en Patagonia?”, me pregunta con curiosidad Jime Morassi. Y, de repente, me encuentro con este problema. Mucho por propia incapacidad y otro poco por lo descripto en el párrafo anterior, pero intuyo que todo lo que diga va a ser injusto e incompleto.
La intensidad de lo vivido, la sinceridad de la búsqueda, el compromiso de los participantes, la alegría del encuentro, la confianza desarrollada en el camino, la profundidad del aprendizaje, la belleza del entorno… Necesito ayuda, ¿cómo se describe esa experiencia?
Me quedan 400 palabras, acá va mi intento: IEEM Leadership Week se enmarca en lo que se llama “aprendizaje experiencial”, que es la manera engreídamente académica que encontramos para decir que para aprender hay que embarrarse. No solo las botas y las zapatillas, sino también uno mismo. Hay que poner el cuerpo, abrir, jugarse, exponerse y enfrentarse ante las propias verdades.
Como en la hipertrofia muscular, para que el músculo crezca tiene que romper las fibras. El proceso duele y cansa. Al corazón, no al que late sino al otro, al simbólico, le pasa lo mismo. Hay que romper modelos mentales y paradigmas; dejar atrás dolores; enfrentar, procesar y elaborar historias; reconocer los propios sesgos, muchas veces producto de mandatos que asumimos inconscientemente; hay que perdonar, soltar y elegir desenojarnos con gente importante y querida. Es agotador. Es intenso. Es catártico. Es hermosamente humano.
Esta semana tuvo mucho de eso. Trabajamos a nivel individual en un proceso de autoconocimiento (al hueso). Pero conocerse a uno mismo no alcanza. El liderazgo supone esto, pero implica otras cosas. También las practicamos. Trabajamos a nivel de equipo y a nivel de grupo, incluyendo a los profesores, guías de montaña y a nuestra médica de montaña, ya que todos juntos conformamos un sistema de aprendizaje particular y único. Nosotros no estuvimos de adorno ni solamente facilitando. Es imposible no embarrarse.
A través de diferentes actividades (no tengo intenciones de “spoilear”, válganme el anglicismo, ninguna) pusimos en práctica la toma de decisiones en contextos desconocidos, la formulación de acuerdos en función de objetivos personales y de equipo, la generación de confianza, el desarrollo de esquemas de comunicación efectivos, la gestión del riesgo y de la incertidumbre, la coordinación, la integración de la diversidad… Y lo hicimos practicando. Practicando ser mejores. Mejores personas y mejores en el ejercicio del liderazgo.
La frutilla del asunto fue que, encima, lo hicimos en un contexto de montaña. Algunos, vivaqueamos, cambiando, como dijo el poeta del grupo, “un cinco estrellas por un mil estrellas” del cielo patagónico, en la densidad de la oscuridad de la naturaleza profunda. Porque el contacto con la Naturaleza, así, con mayúscula, también sana y enseña. Enseña algo que los líderes tampoco debieran nunca olvidar: somos pasajeros, muy pequeños y tenemos la responsabilidad (apremiante y cada vez más urgente) de cuidar la Casa Común.
Es un programa de educación ejecutiva de una escuela de negocios. Sonrío. Qué pobre es nuestra lengua para algunas cosas. Y termino estas palabras con los ojos cargados de emoción por los recuerdos de una semana intensa y de un trabajo hermoso.
