Por Pablo Sartor, profesor del IEEM
Un diálogo entre dos personas una vez finalizados los Juegos Olímpicos en el que cada uno expone su pensamiento respecto del desempeño de los uruguayos y lo que ello implica.
No piense por el título en una cafetería ni en un córner del Chino; se terminaron los Juegos Olímpicos de Río y cada uno hace su evaluación sobre cómo nos fue. O tal vez prefiera “cómo les fue”. Y a partir de los visto y de fragmentos recogidos en la cola del banco, el supermercado, amigos, periodistas, foros, me vengo imaginando un diálogo como el que sigue.
—Menos mal, se terminó el mamarracho de Uruguay en los Juegos Olímpicos.
—Epa, qué duro… ¿Qué esperabas?
—Precisamente nada. ¿Qué iba a esperar si nuestros deportistas son semiamateurs y compiten contra tipos superprofesionales? Andan por ahí rebuscándose para conseguir que algún sponsor les arrime algo. El país tiene que poner plata en serio para que puedan dedicarse a full, si no…
—Esperá, justo ahí tenemos un problema. ¿Por qué tendría que poner plata el Estado para que un tipo se dedique todo el día a tratar de correr un poquito más rápido?
—¿Cómo por qué? ¿Y si no cómo vamos a esperar que ganen algo? Van en representación del país.
—¿Y por qué hay que esperar que ganen? Que vaya el que pueda clasificar y haga lo suyo. Si consigue sponsors y llega a los juegos, bien por él, pero no veo por qué tengo que pagarle yo para que se entrene. El nombre mismo te lo dice, son “juegos”, no estamos hablando de inventar una vacuna.
—Bueno, pero con ese criterio el fútbol es un juego también.
—¡Claro! Por eso se banca solo. O debería de ser así. Me parece fantástico que alguien se dedique al fútbol si consigue patrocinantes y vende entradas y se mantiene así.
—Sí, pero, ¿a vos no te importa que el país quede bien parado?
—Ah, claro, ¡ahora resulta que me agarran de rehén! Como no se puede “no estar” entonces hay que poner para hacer algo más o menos decoroso, so pena de quedar pegados.
—Miralo al revés, una medalla es prestigio para el país.
—Claro, seguramente vinieron muchos más turistas y colocamos más lácteos gracias a la plata de Winnants. Y seguramente estás pensando en viajar a Trinidad y Tobago ahora que ganaron el bronce en jabalina.
—No me vas a decir que a Jamaica o Kenia no les reditúa tener los medallistas que tienen.
—Puede ser, pero es que son muchos, todo el tiempo. Una medallita cada tanto no hace nada, es un accidente simpático.
—Si querés salir del accidente y estar con cierta frecuencia, hay que invertir fuerte.
—¡Es que estamos muy lejos! Esto de los juegos se volvió un baile para potencias, que se pueden dar el lujo de invertir mucho dinero para estar ahí, siempre figurando, a cambio de mantener un ejército de atletas 100% dedicados a lo suyo. Se nos fue de escala. No me interesa tratar de estar ahí. ¿Qué tiene de natural, de aspiracional, que un tipo se pase todo su tiempo comiendo y entrenando en función de tirar algo un poco más lejos? ¿Es necesariamente un ideal de persona?
—¿Qué?, ¿ahora estás contra el deporte?
—No, justamente, para mí el deporte es un sano complemento en la vida. Mirá que no tengo nada contra un tipo que viva para esto; en tanto haya privados que le paguen un sueldo, todo bien.
—Te recuerdo que el Estado pone plata también para mantener músicos, actores… no sé si mucha pero pone.
—Bueno, pero no es lo mismo, un músico crea, comunica, interpreta, igual que un actor, construye algo que se transmite… aunque entiendo tu punto, no es tan clara la diferencia.
—Qué querés que te diga… para mí está bueno que nuestros atletas, dentro de sus posibilidades, vayan a competir, y que haya jóvenes que quieran imitarlos. ¿Vos te imaginás la ilusión y el sacrificio enorme que hacen estos muchachos?
—No tengo dudas del esfuerzo, debe ser tan grande como el que hago yo todos los días para cumplir con dos trabajos y sacar adelante a mi familia. Voy a pedir apoyo estatal.
—No seas malo, a vos te pagan un sueldo por esos trabajos. Nuestros muchachos tienen que vender rifas poco menos…
—Será porque le sirve a alguien lo que hago ¿no? Por eso me pagan.
—¡Pero el ejemplo también sirve! Que mis hijos se identifiquen a través de la camiseta con unos tipos que se esfuerzan para ser los mejores en algo me parece conveniente ¿no? Inspira dedicación, compromiso, y si aparte eso los arrima un poco más a hacer deporte, ese complemento como vos decís, tanto mejor.
—Te llevo lo de arrimarse al deporte, obviamente es bueno que un gurí se entusiasme porque vio a Lasa definiendo y se ponga a saltar.
—Recordá después del sexto puesto en Los Ángeles 84, cuántos chiquilines quisieron después jugar al básquetbol. ¡Yo fui uno!
Razones de espacio me conminan a cortar por aquí una charla que daría para mucho más. Si bien me resulta un asunto atrapante, no lo traigo a colación por ello, sino como ejemplo de la liviandad con la que solemos opinar sobre casi cualquier asunto; a veces blandiendo un único argumento dentro de cientos posibles. Cuando esto sucede, hay que escuchar y leer mucho, y luego pensar por uno mismo para formarse una opinión. Para otra edición queda el hacer números y respondernos ¿cuánto cuesta hacer que “salga un olímpico”?
Publicado en Café & Negocios, El Observador, 7 de setiembre de 2016. Caricatura: Salvatore