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Querés tener (mucho) más poder


Publicado el : 06 de Octubre de 2023

En : General

Por Santiago Sena

Profesor de Comportamiento Humano en la Organización

 

“Me siento impotente”, afirmaba con marcada frustración un coachee durante una sesión que mantuvimos hace algunas semanas. Al preguntarle, descubrí que entendía la impotencia —muy a la definición de la RAE— como la falta de fuerza o de capacidad para cambiar una realidad. Esta persona atravesaba una situación laboral desafiante y quería cambiarla, pero no tenía fuerza. O, para usar la palabra adecuada, que tiene peor prensa y es políticamente menos correcta, no tenía suficiente poder. 

Hay una especie de consenso por el cual definimos que está bien visto que alguien quiera ser más creativo, más emprendedor, pensar más positivamente o, incluso, tener mayor impacto. Pero ya no nos suena igual que alguien diga: “Quiero tener poder”. ¿Para qué lo querrá? Además, a fuerza de repetición, cual mantra, hemos convertido en una verdad absoluta que “el poder corrompe”. Entonces, si alguien quiere poder, debe ser un poco bicho. 

El dictum de Acton (por el historiador liberal católico conocido como Lord Acton), sin embargo, es que el poder tiende a corromper, mientras que el poder absoluto, en lenguaje rioplatense, rompe todo. He aquí la esperanza para todos aquellos que queremos tener poder sin, por ello, hacernos mala gente. Y, créanme, somos muchos. Cuando en algún curso pregunto entre los asistentes quiénes quisieran tener más poder en el marco de sus organizaciones, todos (absolutamente todos) levantan la mano. Probablemente, haya excepciones a la regla y, por un sesgo de selección, esas personas excepcionales no quieran tomar un curso sobre poder y liderazgo. Sin embargo, es natural ser sanamente ambicioso e “ir a más”.

En un mundo que se ordena generalmente de manera jerárquica, tanto en el ámbito de la naturaleza como en el humano, es innegable que, si hay que elegir, es siempre preferible estar más cerca de la punta de arriba que de la de abajo. Los que están arriba tienen más y mejores oportunidades, mayor acceso a recursos, más abundancia y, en el mundo animal (también en el organizacional), mejores chances de supervivencia en el caso de imprevistos. Nadie quiere ser el último orejón del tarro. Tampoco disfrutamos de sentirnos excluidos, prescindibles ni impotentes, como le sucedía a nuestro querido coachee

El liderazgo supone poder. No hablo de autoridad, ni formal ni informal, sino de la capacidad de hacer que las cosas sucedan. De transformar. De hacer. ¿Para qué? Qué sé yo. Para lo que le venga en gana a quien gestiona ese poder. Mi vocación —y por eso trabajo en una escuela de negocios cuya misión es formar líderes responsables— es que ejerzan, gestionen y usen ese poder responsablemente, al servicio de sus organizaciones: de sus empleados, para servir mejor a sus clientes y de manera lícita, impactando positivamente en la sociedad y cuidando la casa común. 

Desde mi perspectiva, el poder es servicio. Esa es mi creencia y también mi convicción. Insisto, desde mi perspectiva, porque el poder, como tal, es un instrumento. Un instrumento que desnuda lo que somos. Su moralidad depende de quien lo use. Igual que la gestión de operaciones y las finanzas. Y decirlo de forma descarnadamente clara no nos hace mejores ni peores. Pero el hecho de que se pueda usar mal implica que tengamos que hablar (muchísimo) más sobre el tema, sin tapujos. Tenemos que aprender a relacionarnos con el poder. Tenemos que discutir. Y, sobre todo, tenemos que dejar de juzgar y rotular a quienes desean tenerlo. 

Cuando hablamos de liderazgo aparece, casi indefectiblemente, una mirada moralizante. El deseo de lo que el liderazgo “debería ser”. Es curioso, porque cuando se le pregunta a la gente qué cosas definen a un buen líder, los siguientes veinte minutos de esa sesión consisten en una enumeración de atributos casi interminable que difícilmente nadie jamás ha poseído ni vaya poseer completamente en la vida real. Una especie de yerno ideal para el día en que mi hija Juana alcance la edad de noviar. Un liderazgo que no existe. Una mentira. Y nadie, nunca, jamás, de las muchas veces que pregunto lo mismo, define el liderazgo en términos de saber gestionar el poder. 

Entonces, mi pedido es que nos amiguemos con la idea del poder. Que lo integremos. Que no lo dejemos afuera. No hablo de “empoderar”, que sería la forma casi triste de decirle a los que no tienen poder que les vamos a dar un poquito para que se sientan mejor; sino de aprender a construir el poder, hacerlo crecer y tomarlo. El que quiera ejercitar el liderazgo sin aprender a hacer eso no va a llegar muy lejos. Liderar, sin tener nunca poder, equivale a no poder liderar. 


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