Por Pablo Regent, profesor de Política de Empresa
En el año 2016 publicamos un estudio acerca de los puestos de trabajo que presentaban un alto riesgo de desaparecer gracias al avance de la automatización. Aquello hizo que repetidamente nos entrevistaran en todo tipo de medios. Las preguntas eran muy diversas, pero casi siempre apuntaban a lo mismo. Querían profundizar acerca de quiénes serían las personas que perderían sus puestos de trabajo y qué pasaría con ellas. Preocupaciones muy lógicas sin duda. Sin embargo, la que más recuerdo es una entrevista que me hizo un periodista acerca de la conveniencia de gravar con impuestos a “los robots” —recuerdo que así los llamó—. Mi respuesta fue con otra pregunta: ¿sería una buena idea poner impuestos a los cajeros automáticos?, ¿a los procesadores de texto?, ¿al uso de las planillas de Excel?, ¿a las centrales telefónicas con derivaciones automáticas? Aquel periodista era un hombre honesto. Reconoció que se había dejado llevar por dos o tres consignas que había escuchado. Me confesó que nunca había pensado que Word había “eliminado” puestos de trabajo. Y que menos que menos se le ocurriría encarecer su uso para proteger a los de su profesión.
¿A cuento de qué viene todo esto? A que nuevamente el mismo tipo de argumento aparece en las discusiones ante el explosivo crecimiento de la Inteligencia Artificial de la mano de Chat-GPT. Ya no se habla de ponerle impuestos, sino que se discute si no sería conveniente vetar su uso por un cierto período para crear reglas internacionales con el fin de asegurar que su uso sea el adecuado. Otra vez lo mismo. El miedo ante lo nuevo, ante lo que irrumpe en nuestra zona de confort que nos lleva a reaccionar intentando prohibir o cargar de impuestos, el mismo efecto por otro camino, aquello que es evidente vino para quedarse. La IA ya convive con nosotros desde hace mucho tiempo. Todo el esfuerzo que a título personal o como sociedad queramos hacer para rechazar su presencia o enlentecer su avance solo tendrá como resultado dar ventaja a aquellos que entienden que el camino es otro muy distinto.
Ante los avances de la tecnología, el único camino sensato ha sido y sigue siendo hacer el mayor esfuerzo para comprenderla primero y aprovecharla después. Los avances tecnológicos no son ni buenos ni malos. El juicio de valor solo se justifica a la luz del uso que le demos. Por lo tanto, mi actitud ante este salto exponencial de la capacidad de la IA a través de Chat-GPT no puede ser otro que aprender e intentar incorporarlo a lo que hago. Da lo mismo que el desafío me resulte atractivo. Toca hacerlo. Quizás no me guste al principio, pero como la vida enseña, para que algo nos guste no hay más remedio que primero conocerlo. Así que no importa la edad que tengamos, si pretendemos seguir vigentes es imprescindible trabajar no solo como si la IA hubiera venido para quedarse, sino que en el futuro inmediato avanzará tanto que lo visto hasta ahora se convertirá en una simple anécdota.