Por Ignacio Munyo para El País.
Dejando atrás el magro bienio 2015-16, la economía crece al 3% este año. Desde mediados de 2016 cambió el viento del exterior.
Mejoras en las condiciones financieras internacionales, en los precios de commodities y en las perspectivas de Argentina y Brasil explican en gran parte la recuperación de la actividad económica en Uruguay.
Se viene una temporada con ingreso récord de argentinos, que históricamente son más del 70% del total de turistas que llegan al país. Elevados niveles de confianza del consumidor —consolidado luego de las elecciones de octubre— combinado con el encarecimiento de Argentina respecto a Uruguay, hace olfatear un verano de "pizza con champagne" en las costas de nuestro país. Una temporada turística excepcional le pone un piso al crecimiento del PBI en el 2018 y lo consolida arriba del 3%.
La pregunta que muchos nos hacemos es si este repunte del crecimiento de la economía uruguaya es sostenible o no en el tiempo. Y la respuesta es simple: si no logramos un rebrote de la inversión privada no va a ser posible apuntalar un crecimiento sostenido en el mediano plazo. Para crecer hay que invertir, no hay atajos.
Según datos del BCU, en los 12 meses cerrados a junio, la inversión extranjera directa en Uruguay fue negativa. Sí, tuvimos desinversión. Lo que es tremendamente preocupante si tenemos en cuenta que el retorno de las inversiones en las economías avanzadas sigue siendo casi nulo, como resultado de tasas de interés globales que se mantienen en niveles históricamente bajos.
Abundan cifras que van en la misma línea. Mientras las importaciones de bienes de consumo están hoy un 30% arriba de los niveles observados tres años atrás, las importaciones de bienes de capital están 6% abajo, y las importaciones de bienes intermedios utilizados en el proceso productivo están 14% abajo. Mientras que el consumo total del sector privado está 4% arriba, la inversión privada está 9% abajo.
Tengamos claro que lo que estamos observado tiene nombre y apellido: atraso cambiario. Crecimiento impulsado por el consumo, basado en un elevado poder de compra en dólares de los salarios, pero con escasa o nula inversión porque no hay rentabilidad con los altos costos para producir.
Tengamos claro también que nuestra historia no registra antecedentes de salida de atraso cambiario sin crisis. Hemos salido del atraso cambiario con las megadevaluaciones de 1982 y 2002 que nos abarataron repentinamente, pero al mismo tiempo, hundieron los salarios, multiplicaron la pobreza y arrasaron con el tejido social. Es un gran desafío para el país recuperar la competitividad transitando un camino alternativo: reducir las elevadas barreras que nos impiden ser más productivos. Es un camino largo y empinado. No hay atajos.
Desde que asumió la actual administración el país no ha logrado avanzar en este sentido. Barreras como la calidad de la infraestructura física, la formación de las personas que ingresan al mercado de trabajo, la carga de impuestos y tarifas, la inserción internacional y la regulación laboral, siguen todas en niveles muy elevados. Así lo indican números comparables a nivel internacional que año tras año actualizan instituciones como el Foro Económico Global y el Banco Mundial.
Con estos datos, en el Centro de Economía del IEEM-UM computamos regularmente la magnitud de estas barreras. Definimos una escala de 1 a 100, donde 1 es el valor mínimo y 100 el máximo a nivel internacional. Si bien las barreras que tenemos en infraestructura general no son dramáticas (39), cuando se consideran por separado la calidad de la red vial (72) y ferroviaria (99) quedamos en el fondo de la tabla. La barrera que impone la calidad de nuestra educación nos deja rezagados en comparación internacional (56). Algo similar sucede con las barreras que impone la carga de impuestos y tarifas que hoy enfrenta el sector productivo (62). La situación se pone más complicada cuando vemos que los aranceles que enfrentan nuestras exportaciones nos imponen barreras muy elevadas (71) y que la regulación laboral nos deja cerca del fondo de la tabla (90).
Es difícil imaginar una recuperación significativa en la inversión si no logramos reducir las barreras a la productividad que tiene el país. No cabe duda que avanzar en estos frentes es complejo. En todos los casos, avanzar implica entrar en debates ideológicos y afectar intereses creados. Pero va a ser necesario hacerlo. No hay atajos.
Si se toma consciencia de la magnitud actual de las barreras, no puede llamar la atención que UPM exija mejoras sustanciales en infraestructura física y mejoras en la formación de la mano obra. Tampoco puede llamar la atención que para instalar su segunda planta, UPM exija una menor carga tributaria. Menos aún puede sorprender que UPM haya incluido en el contrato un régimen laboral especial con mayores certezas que las que brindan las normas generales.
Cabe mencionar que está ausente del contrato con UPM el desafío de mejorar la inserción internacional. La razón es muy simple, UPM ya tiene asegurada la colocación de su producción en el exterior a través de sus propias vinculaciones. Sin embargo, sepamos que estamos frente a una de las barreras más críticas. Los escasos acuerdos comerciales que tiene el país limitan las posibilidades de expandir mercados y mejorar los ingresos de los exportadores y, al mismo tiempo, de mejorar la productividad al incorporar insumos importados de mejor calidad.
A pesar de lo desbalanceado a favor de UPM —que es una realidad si se considera a lo que se compromete cada parte— y más allá de si "el proyecto de UPM está completamente alineado con los objetivos de desarrollo productivo sostenible de Uruguay" como sostuvo la ministra de Industria en el Parlamento, el contrato con UPM define una agenda. Una agenda que va a intentar reducir barreras críticas que tiene hoy el país. Una agenda en la que hay que avanzar para ser nuevamente atractivos a la inversión.
Ojalá que UPM sea la excusa para arrancar de una vez por todas con esta agenda que es vital para el país y que no tiene mayorías dentro del partido de gobierno. Ahora tenemos un año y medio para avanzar al amparo del contrato con UPM. Después será la ciudadanía que deberá legitimar en las próximas elecciones la generalización de esta agenda para el resto de los mortales. Y en la que deberá agregar la inserción internacional. Porque ese es el camino, no hay atajos.