Por Joaquín Ramos, profesor del IEEM
El otro día conversaba con un candidato al MBA, que me contaba algunas experiencias en sus trabajos pasados y presentes. Se mostraba indignado por la escasa de comunicación de su jefe, el mal feedback (solo centrado en lo negativo) y lo que él llamó notoria antipatía (“a veces ni saluda cuando llega a la oficina”). Elementos que, a su juicio, lo hacían un mal líder, porque no estaba motivando a su equipo.
Respondí que, a priori, me generaba un poco de ruido ese estilo de dirección, pero que tampoco tenía muchos elementos para poder afirmar que se trataba de un “mal líder”. Cerré mi respuesta con la siguiente pregunta: “¿Para vos, un líder (jefe) es responsable de motivar a su equipo?”. Me miró como si preguntara lo más obvio del mundo y afirmó que sí, que era evidente que un líder debía motivar a sus subordinados.
Y usted, querido lector, ¿qué piensa? ¿Un líder debe motivar a su equipo? Me animo a creer que coincide con la afirmación de este candidato al MBA del IEEM. ¿O no?
La profesora Patricia Otero publicó un artículo hace poco, titulado “¿Qué motiva realmente a las personas?”, donde cita a una antropóloga española que explica que la motivación es biológica. Básicamente, la motivación se genera a partir del miedo (una persona corre más rápido que nunca cuando se siente en peligro), el placer (la dopamina mueve a cualquiera, sin esfuerzo) y el propósito (el más poderoso y sostenible).
Unamos este análisis con el rol del jefe “motivador”. Si la motivación es biológica y pasa por las tripas de las personas, ¿cuánto puede afectarla un tercero? Lo que genera miedo o placer es muy personal y subjetivo. No todos responden igual a los mismos estímulos. ¿O sí? El propósito de una persona tiene que ver con el nivel trascendental del trabajo: cuánto se identifica con la misión de la empresa, cuánto comulga con lo que la organización hace. Y esto también viene dado, el líder no tiene forma de influir.
Contrario a la creencia popular, motivar no significa gritar “¡vamos equipo!” cada media hora. No funciona así. La motivación nace de la persona. La empresa debe implementar un sistema de incentivos que haga match con lo que la persona busca y valora. Y ese sistema se parece a un taburete de tres patas: lo extrínseco (lo que recibe por su aporte en términos materiales), lo intrínseco (cuánto aprende después de un día de trabajo, cuánto más empleable se vuelve) y lo trascendental.
La prioridad o importancia que se le adjudica a cada pata irá variando en el tiempo, en función de la situación personal de cada uno. Pero es clave que las tres patas se sostengan, para que el taburete no se caiga.
Si ese taburete está bien definido y se revisa cada cierto tiempo con cada persona, a priori, no habría necesidad de motivar al empleado, pues este ya tiene los ingredientes requeridos para motivarse solo. Y, en ese sentido, podemos concluir que el rol del líder no es motivar. Sin embargo, lo que debe entender cualquier líder es que su tarea más importante es no desmotivar. Y acá hay una gran diferencia.
Los jefes pueden hacer mucho para desmotivar, para romper el equilibrio del taburete. Por ejemplo, cometer, en términos del profesor Rosanas, “agravios comparativos”; es decir, pagar distinto a dos personas que realizan el mismo aporte. Aunque le paguen por encima de la media, en el momento en que un empleado descubre que un colega gana más que él, lo siente como una injusticia y su motivación cae. También desmotiva disfrazar un reconocimiento individual como si fuera grupal: una persona es responsable de un logro y el líder felicita a todo el equipo sin nombrarlo individualmente. Asimismo, hay casos en que el jefe debe responder un mail sensible, pero pasan los días y responde otras cuestiones por correo, pero no esa en particular. Básicamente, la desmotivación sucede cuando el jefe hace un mal uso de la potestad, poder o cargo jerárquico. No lo usa cuando debe o lo usa cuando no le toca, atacando así la autonomía de un subordinado.
¿Queremos empleados motivados? Diseñemos un sistema que contemple elementos extrínsecos, intrínsecos y trascendentales. De esa manera, la persona tendrá todo para estar motivada. Y seamos conscientes de que nuestros actos difícilmente puedan motivar, pues esto depende de factores que no podemos controlar. Sin embargo, nuestras acciones muy probablemente puedan desmotivar. No atentemos contra el sistema, no seamos promotores del descontento.