Por Pablo Regent, decano del IEEM
Nuestro país está condicionado por su tamaño y su fuerza económica a ser más eficiente, más productivo, a complicar menos las cosas… Si no, “injustamente”, los inversores elegirán otros países.
Imagine por un momento que usted es Luis Enrique, el DT del Barcelona. El día previo a un partido contra el Real Madrid su ayudante le indica que Jordi Martínez, ignoto lateral izquierdo suplente del plantel principal, ha sido visto la noche anterior en un boliche en estado notoriamente etílico. Para peor todo el plantel se ha enterado del desgraciado hecho. En la piel de Luis Enrique, ¿qué haría usted?
Opción 1: Separa del plantel a Jordi Martínez y lo baja de la lista de convocados para el clásico del día siguiente.
Opción 2: Le da una reprimenda privada a Jordi Martínez y le advierte que no va a tolerar más ese tipo de comportamiento.
Opción 3: Se convence de que no pasó nada y acusa a la prensa de haber inventado la noticia.
Una vez que haya elegido la opción que le parezca más conveniente repita el mismo ejercicio pero sustituyendo en el párrafo que enuncia el problema “Jordi Martínez” por “Lionel Messi”. ¿La opción elegida es diferente a la que escogió primero? Si es así no se preocupe, usted no es inconsistente, es simplemente un ser humano racional.
El alumno 10
Entre otras cosas los uruguayos nos enorgullecemos de ser conocidos como una nación ejemplar en el respeto al derecho, no solo en los asuntos internos sino también en los diferendos con otros países. Esta justa fama se cimentó durante el siglo XX, a partir de que Uruguay se hizo conocer por ser una república respetuosa del derecho internacional cada vez que se encontró ante un conflicto internacional, defendiendo soluciones pacíficas y alineadas con acuerdos internacionales. ¿Por qué Uruguay eligió esta estrategia? Quizás por la altura de sus políticos, por el sentir de sus ciudadanos, por la influencia de sus intelectuales, pero también por un evidente sentido de supervivencia generado a partir de la comparación de la fuerza demográfica y económica de sus dos vecinos, sus únicas contrapartes hipotéticas en conflictos internacionales.
De Lionel a Brasil y de Jordi a Uruguay
Uruguay es un país pequeño. En realidad, muy pequeño. Basta ver como la prensa brasileña informa que la dirección de la empresa Petrobras estima en miles de millones de dólares la corrección a la baja que deberá hacer en su balance. El PBI uruguayo apenas supera los 55.000 millones. Una sola empresa de Brasil, simplemente por reconocimiento de fraudes contables y de todo tipo, va a reconocer una “evaporización” de riqueza que supera el déficit fiscal de todo un año de nuestra querida República.
Si bien cualquier uruguayo sabe que su país es muy pequeño, quizás no comprende cabalmente lo que significa para la competencia en el duro mundo de los negocios. Mundo que debería importar tanto a los empresarios como a los que trabajan en esas empresas, pues de lo bien o lo mal que les vaya se desprende lo que estos pueden esperar como asalariados. También debería importarles mucho a los políticos y dirigentes sociales, pues de la riqueza que producen las empresas, tanto en utilidades como en salarios pagos, es que detraen los impuestos con los que financian sus estructuras militantes y proyectos sociales.
Años atrás, cuando se discutía si a Uruguay le hubiera ido mejor siguiendo el camino argentino del default, había quienes argumentaban que a la luz del aparente notable éxito del gobierno K ese debería haber sido el camino. Otros, en cambio, afirmaban que hubiera sido un desastre pues Uruguay no se podía permitir los lujos que elegía Argentina. La explicación era que la nación allende el Plata es una economía rica, grande, que aunque incumpla los compromisos, mienta una y otra vez, se comporte como un agente irresponsable, lo que hay para ganar haciendo negocios con Argentina es demasiado grande. En esos momentos también Rusia había actuado poco elegantemente con sus compromisos. La explicación era la misma. A Rusia, apenas haya una excusa, se le perdona. ¿Cómo despreciar hacer negocios con Rusia en el futuro? Hay mucho para ganar. Sin embargo, no es ni era el caso de Uruguay. El mundo puede vivir sin prestarle a una nación con un esmirriado PBI de 55.000 millones. Los empresarios no verán agotadas sus posibilidades de hacer negocios por no invertir en Uruguay.
Lo mismo sucede cuando ante la queja por la promulgación de leyes inconstitucionales, excesos de violencia verbal o física de sindicatos y organizaciones sociales, o simplemente la inseguridad ciudadana, aparece el argumento de que en México es peor, o que comparado a nosotros Brasil es terrible, o que al lado de Argentina lo nuestro es el paraíso. Aunque es un caos, pocas empresas se van de México, la mayoría decide dar una oportunidad más a Brasil, y Argentina enfrenta exilios empresariales pero sin quemar los puentes pues apenas aclare, el plan será volver.
Lo anterior puede ser injusto, en el fondo lo es, pero así es la vida. Los uruguayos deben entender que los inversores y empresarios extranjeros, y los uruguayos que pueden optar por invertir y trabajar fuera, tienen y van a tener una tolerancia menor a las desprolijidades de gobernantes, sindicatos y colectivos sociales que la que tienen en otros países. La explicación es sencilla, el escueto premio a ganar justifica mucho menos esfuerzo y tolerancia.
Para pensar
A Jordi Martínez le van a tener menos paciencia que a Messi, a Uruguay lo van a juzgar más duro que a Brasil, Argentina o Rusia. Hay que entender que la vida no es justa, aunque nos moleste y nos rebele. La vida es como es, y mucho se puede y debe hacer para intentar transformarla hacia formas más dignas y equitativas para el mayor número posible de personas. Pero si de verdad se busca lograr transformaciones que impacten en la vida de muchos hay que trabajar de acuerdo al viejo aforismo tan caro para los estadistas que han dejado huella, aquel que dice que la política es el arte de lo posible.
Publicado en Café & Negocios, El Observador, 8 de abril de 2015. Caricatura: Salvatore