Por Valeria Fratocchi, profesora del IEEM
“La humanidad no puede liberarse de la violencia más que por medio de la no violencia…". Uruguay no es la excepción a esta máxima de Gandhi.
El récord de feminicidios de este año es una muestra del avance de la violencia de nuestra sociedad, violencia que se está cobrando vidas en donde hay víctimas más vulnerables como son las mujeres y en vínculos donde las tensiones pueden concentrarse por el componente “pasional” y por la inmediatez de lo doméstico. Pero, nuestro problema no es de género, es general, es el problema de una sociedad que está recorriendo un camino descivilizatorio de embrutecimiento, en el que la violencia se está tornando epidémica por una cultura que no la previene ni la combate frontalmente y que incluso ningunea con un sinfín de racionalizaciones el principio de la no violencia.
¿Por qué se contagia el virus de la violencia y avanza sin encontrar barreras de contención?
Entre las variadas causas, la pobreza educativa es un factor crítico. No se trata de citar los resultados PISA, sino de hablar de la educación en un sentido amplio, entendiéndola como un proceso de construcción de paz en el que todos somos educadores y modeladores de los comportamientos de los demás.
En un primer lugar, la no violencia se fundamenta con una fuerte formación cívica que nos enseñe en forma efectiva a vivir en sociedad con los derechos y obligaciones que ello supone, entendiendo al otro no como un objeto al que puedo gritar, insultar, golpear o matar sino como persona humana no cosificable y por tanto no violentable en forma alguna.
En segundo lugar, la no violencia se vive internamente a nivel de cada persona sobre pilares de educación emocional, que apuntala la maduración afectiva de forma tal que el cerebro racional priorice la calidad de la convivencia frente a la presión de sus impulsos y deseos inmediatos, aprendiendo a postergar y administrar tensiones, sin desconocer la bronca que pueda sentir en una situación pero subordinando la rabia al valor de la vida humana y de la armonía pacífica.
Y desde una tercera vertiente, la no violencia se viabiliza desde una educación de la intelectualidad, con el enriquecimiento del mundo de las ideas y el desarrollo del diálogo como herramienta alternativa a la violencia. El lenguaje y su diccionario de pensamientos y de emociones es el que nos permite administrar conflictos sin quedar a merced de estados internos que, de no saber cómo verbalizar, traducimos en conductas destructivas y violentas de alejamiento y agresión.
DE LA EMPRESA A LA SOCIEDAD
La educación es necesaria pero no es suficiente. Debe ser parte de un mejor sistema de control social y para explicarme apelaré a uno de los estudiosos de los sistemas de control en las organizaciones, Robert Simons, que con sus investigaciones puede arrojar luz en cuanto a la forma en que se logra que los comportamientos de los individuos se mantengan dentro de los límites aceptables y que un círculo virtuoso aumente progresivamente los niveles de autonomía de las personas, no solo para que no hagan nada destructivo sino para que además liberen su potencial creativo.
Simons sostiene que el primer sistema de control es el que refiere al sistema de creencias de un colectivo y apunta a la responsabilidad de los líderes en cuanto a comunicar los valores de una forma que sean comprendidos y aceptados por las personas. Él plantea que esta comunicación explícita es imprescindible para dar certidumbre inequívoca en cuanto a los valores centrales de ese colectivo y para inspirar a las personas a contribuir en el máximo de sus posibilidades en el fortalecimiento y protección de esos valores.
El segundo nivel de control es lo que Simons llama el sistema de límites, que desde lo normativo especifica las reglas de juego y luego las hace cumplir, fijando así los estándares mínimos para integrar y permanecer en el colectivo. El sistema de límites castiga los comportamientos que, producto de la tentación o de la presión, pueden apartarse de las reglas, y estos castigos cumplen tanto un rol sancionatorio como también de esclarecimiento y reafirmación cultural, por la señal que envían al resto de la organización.
PRIMERO LO PRIMERO: VIRALIZAR LA NO VIOLENCIA
La protección de la sociedad frente a la violencia epidémica demanda acciones de fortalecimiento de los dos niveles de control, aunque es prudente empezar por el primero, no solo por una cuestión de orden secuencial, sino porque parte del problema es que tenemos un vacío de liderazgo en materia de “no violencia”; vacío que otros liderazgos están reemplazando con excusas y justificaciones de rápida aceptación. No se escuchan voces que digan que la violencia no puede ser nunca el camino —sin excepción de ningún tipo—, que el conflicto no es lo natural en la civilización sino en la barbarie, que den relevancia a ejemplos de no agresión y los muestren “en horario central”.
Desde lo individual, es tiempo de asumir el compromiso de hablar claro y denunciar, comenzando por autoimponernos el trato respetuoso a los demás como primer punto, empezando por desterrar ironías, sarcasmos, calificativos y “pequeñeces” que hacen daño acumulativo, generan acostumbramiento y dan un mal ejemplo.
Como sociedad, estamos ante una oportunidad histórica de viralizar la no violencia con un discurso renovado. Tenemos el liderazgo político más diverso que seguramente ha conocido nuestro país en su historia, que logra llegar con sus palabras a un abanico amplísimo de ideologías y filosofías de vida, con una edad promedio mayor a 50 años que da cuenta de una larga experiencia de vida a lo largo de distintos tiempos de este Uruguay, en los que la violencia tuvo más y menos protagonismo en el día a día de la gente. No hay que seguir esperando para asumir la interlocución frente a la audiencia que a cada uno le atañe y empezar el combate a la epidemia de violencia, instalando convicciones profundas acerca de valores como la vida y el respeto… claro que será un poco incómodo al principio.
Publicado en Café & Negocios, El Observador, 8 de marzo de 2017. Caricatura: Salvatore