Por Pablo Sartor, profesor del IEEM
La inmediatez es un fenómeno propio de esta era digital, tecnológica y de abundancia de bienes accesibles. La paciencia ha perdido terreno. Pero ¿es menos relevante? Quizá ya no haga falta por las características del mundo actual. O, quizá, más que nunca haya que entrenarla a conciencia para contar con ella cuando sea conveniente. Veamos.
Etimológicamente, la paciencia está ligada al sufrimiento. Paciente es ‘quien padece’ y, en la acepción que nos ocupa, esto proviene de sufrir la ausencia de aquello por lo que se espera. Saber padecer sin desmoronarse es valioso. Esto nos lo han inculcado a través de la educación formal e informal por medio de héroes y personajes históricos. Ahora bien, no se suele educar en el derecho a disfrutar, hoy, de aquel premio que vendrá más adelante. Proyectarse y saborear por adelantado ese momento vuelve más tolerable la espera y ayuda a mitigar la compulsión por la gratificación inmediata.
Quienes pisamos ya el medio siglo hemos tenido nuestras dosis de entrenamiento informal en la paciencia. A modo de ejemplos entrañables… Para ver un capítulo de Buck Rogers, había que esperar al sábado en la tarde. Si te lo perdías, ¡paciencia!, en una semana podías ver otro. Para jugar a la compu, había que esperar a que se liberara la TV de la casa; luego conectarla, poner un cassette y cargar el juego en cuestión. Tardaba varios minutos. Para cambiar de juego, diez minutos más. Para recibir “bienes” (juguetes, libros o balones) había que administrar sabiamente los tiros: Reyes, Día del Niño, cumpleaños. En la espera de ese libro tan anhelado se mezclaba el padecimiento con el placer de proyectarse al momento de tenerlo, de anticipar e imaginar los secretos que develaría. ¿Y qué hay de recibir noticias de un pen-friend y ver por fin cómo quedaron esas fotos que tomamos durante un viaje? “Pah”, dicen mis hijos y abren grandes los ojos, entre divertidos e incrédulos. Y entonces me pregunto: ¿qué estamos haciendo hoy para educar en la paciencia?
Quizá, para el tipo de situación de los ejemplos ya no sea necesaria. El problema es que hay situaciones mucho más relevantes donde la paciencia mantiene toda su relevancia. A nivel de relaciones personales, la paciencia demuestra respeto, empatía, comprensión y una disposición a superar incomodidades en aras de construir un vínculo más profundo y satisfactorio. A nivel profesional, la calma y el temple ante situaciones agobiantes y estresantes permiten encontrar soluciones más efectivas, balancear el corto y largo plazo, y lograr así un mejor desempeño a la larga. Sin “entrenamiento forzado” como el nuestro, cobra mucha importancia la responsabilidad de hacerlo explícitamente, a conciencia, con nuestros niños y jóvenes.
Atención a no confundir la paciencia con la resignación, la mediocridad o la modorra. La paciencia implica soportar la espera de algo bueno. Quien es paciente puede actuar para cimentar ese futuro mejor o puede confiar en ciertas razones para esperar a que llegue. De lo contrario, estamos ante la resignación, que es la mera aceptación del statu-quo.
A menudo, también se critica a quien es paciente por una supuesta falta del sentido de urgencia. En realidad, esta es una falsa oposición. Se puede tener un profundo sentido de urgencia y a la vez actuar en forma paciente. La clave está en el párrafo anterior; la paciencia implica optar por un camino que, a la larga, pasando raya, habrá sido mejor. Implica hacer todo lo conveniente para que ello suceda. Así, aplicado a nosotros, nuestros hijos o colaboradores, conviene evaluar si ante cierta situación estamos padeciendo la espera de ver si algo cambia, o si padecemos con fundamentos y acción para ocasionar que ello ocurra.