Por Patricia Otero, profesora del IEEM
Hace unos días, participé de un evento que me hizo reflexionar mucho acerca de los sistemas de dirección (entre otras tantas cosas) y de los mecanismos que pueden ayudar a los líderes a lograr el bendito alineamiento que tanto deseamos. Vi con mis propios ojos que, sin lugar a dudas, el propósito mueve montañas y que tener un para qué muy claro, que inspire, que mueva de verdad, logra cosas increíbles.
Este evento fue uno muy particular, se hizo para recaudar fondos para el Hospice San José. Este Hospice es obra de la Fundación Luis Manuel Calleja. Seguro que, si el lector pasó por el IEEM, sabe lo que implica esto. En el Hospice se acompañan personas en su tramo final de vida, personas que, una vez que salen del hospital, no tienen un hogar al que volver. Y ahí el Hospice se convierte en su hogar, en su familia.
El evento fue espectacular, reunió unas 500 personas en la Rural del Prado y todo funcionó a la perfección. La entrada, la seguridad, la comida, la bebida, los horarios, el speaker (Álvaro González Alorda, conferencista internacional), el video, los testimonios, todo. Uno tendería a pensar que un evento de esta categoría seguro contó con la participación de algún organizador de eventos, un servicio de catering completo y profesional, un speaker muy bien pago, decoradores para el salón y muchas cosas más. Sin embargo, me consta que nada de esto ocurrió.
Este evento fue organizado con la cabeza, el corazón y las manos de más de 60 voluntarios, sus familiares y amigos. ¿Gente que no cobró nada por hacerlo? ¡Exactamente! Gente que donó su tiempo durante varias jornadas, que puso su cabeza al servicio de esto, que consiguió recursos de muchos lugares para que todo fuera perfecto. Y lo logró. ¿Gente experta en organizar eventos? No. Afortunadamente, algunos voluntarios tenían experiencia en ciertas cosas, pero no hubo contrataciones para montar todo esto.
Para mí, fue emocionante verlo, vivirlo, tener la suerte de ser la maestra de ceremonia y acercarme un poquito al tras bambalinas. Pero, como profesora de Control, no pude dejar de pensar: ¿no es esto a lo que apuntan los sistemas? ¿No es nuestro desvelo lograr que las personas en la organización vayan detrás del objetivo y lo logren? ¿Cómo hacen esto sin pagarle a nadie? ¿Cómo consiguen cubrir los turnos día tras día en el Hospice y que la gente lo haga porque sí? Es muy claro, acá hay un propósito tan espectacular que la gente lo hace porque lo quiere hacer, porque al hacerlo gana mucho más que un sueldo.
Imaginate que tuvieras una empresa de 60 personas y un día les decís que, adicionalmente a lo que normalmente hacen, deberán organizar un evento para la empresa, trabajando de forma incansable y sin cobrar nada a cambio. ¿Cuánto demoraría en llegar la primera queja?
Estas personas que dedican su tiempo en el Hospice tienen una vida más allá de ser voluntarios. Para ellas, esto es algo “fuera de horario”, no es algo que lo tienen en su agenda regular. Sin embargo, yo ayer vi solo brillo en los ojos de las personas, vi emoción, vi gente cumpliendo con creces la frase de Luisma: “Para servir, servir”. Acá hubo un equipo que trabajó de manera descentralizada, que pudo autogestionarse, dividir el trabajo, poner metas individuales, asumir responsabilidades, comercializar el evento. Los cocineros, los mozos, los anfitriones, los acomodadores, los que estructuraron el evento, los que tomaron los tiempos, todos tenían la actitud de ir más allá de lo que “estrictamente les tocaba”. Y sin descuidar detalle, incluso en el mismo día del evento, Arturo, un huésped (así se llaman quienes están en el Hospice), cumplía años y resulta que, en sus 65 años, nunca se lo habían festejado. Pues los voluntarios lograron hacer el tiempo para festejárselo como se lo merecía. Y eso no estaba previsto para esa jornada, sin embargo, nunca olvidaron para qué están: para servir al huésped. Y si bien el evento era muy importante, más importante era hacerle a Arturo ese día muy feliz.
En definitiva, vi lo que creo que todo buen directivo desea en un equipo: personas motivadas que logran cosas. Y todavía hay algo más que sucedió con esto. Estas personas, con este evento puntual, desarrollaron capacidades, se complicaron la vida, y hoy están mucho más preparadas para enfrentar otros desafíos, sabiendo que los van a lograr.
Cuando reflexionaba hoy sobre esto, no pude evitar pensar que atrás estaba la magia del propósito, la verdadera inspiración que surge cuando creemos que de verdad vale la pena lo que hacemos, cuando lo que nos motiva es poder cambiar la vida de alguien en su tramo final. Aunque no había sistemas de control “tradicionales”, cada peso era cuidadosamente administrado porque cualquier gasto adicional significaba menos recursos para el Hospice. En este contexto, es cuando uno realmente entiende el valor de un presupuesto bien usado. Nadie pensó en gastar más solo para evitar un recorte en el próximo año, porque cada peso ahorrado es más ayuda para el Hospice hoy.
La pregunta que quiero dejar planteada para todos los que lideran organizaciones es: ¿qué estamos haciendo para inspirar a quienes trabajan con nosotros? ¿Logramos que cada día valga la pena? ¿Logramos que crean en lo que hacemos? ¿Es nuestra misión una misión inspiradora? Las empresas están llamadas a resolver “dolores” que existan, pero si no logramos identificar cuáles son esos dolores realmente, o lo que hacemos no mueve a nadie, no nos preguntemos por qué la gente no está motivada. Habrá que buscar los caminos para redefinir eso que hacemos para que todos se suban al barco.
Gracias, Hospice San José, por esta gran lección. Gracias, Luisma, porque estoy segura de que ayudaste desde arriba para que esto pasara.