Por Patricia Otero
Profesora de Sistemas de Información y Control | Directora del Programa de Desarrollo Directivo del IEEM
El otro día, conversando con un antiguo alumno del PDD, gerente general de una empresa, me dijo algo que me quedó dando vueltas en la cabeza: “Siempre compito conmigo, eso es lo que puedo controlar; por lo tanto, trabajo para ser cada día un poco mejor”. Y quien me dijo esto dista de ser alguien conformista, es alguien que busca “ganar a todo”, pues no le gusta perder en ningún orden de la vida.
Ahí me disparó una reflexión: ¡qué importante es ir por esa mejora continua a la interna! Si sostenemos esa práctica, es muy probable que logremos cosas buenas y cosas grandes. No conformarnos con el statu quo y procurar ser mejores cada vez es lo que nos hace crecer y evolucionar.
Y para desarrollar esta actitud de mejora continua hacen falta algunos ingredientes:
Cultivar una mente inquieta. Estar atentos al entorno e ir buscando posibilidades de mejora. Digamos que es un espíritu no conformista, de entender que siempre hay cosas que se pueden hacer mejor, que puedo encontrar nuevas oportunidades, que lo que hoy me está funcionando puede no funcionar mañana. Es la idea de Steve Jobs de “stay hungry”, pues, en el momento en el que nos conformamos y sentimos que ya lo logramos, el panorama puede complicarse. En el IEEM llamamos a esta aptitud apertura de mente.
Aprendizaje en base a los errores. ¿Podemos equivocarnos de vez en cuando? Claro que sí. Creo que quien nunca falló es porque nunca se expuso a algo que valiera la pena. Podemos equivocarnos, pero debemos poder reflexionar sobre ese error y no volver a repetirlo. Muchas veces, en las empresas, cuando se busca el verdadero origen del error, se percibe como una caza de brujas, siendo que, en realidad, no conformarse y entender la raíz es lo que nos hace mejorar, no repetir el error y no pensar que pasó por “mala suerte”. No se trata de encontrar culpables, sino de aprender para no volver a repetirlo.
Apalancarnos en nuestras fortalezas. Preguntarnos, como empresa, ¿cuáles son mis fortalezas? ¿En qué puedo destacarme? ¿Qué hago bien y puedo hacer todavía mejor, para atender mejor a mi cliente? Acá se precisa ser sinceros con nosotros mismos, hay que ver si esa fortaleza es tal para el mercado en el que estamos. De nada sirve decir que soy muy bueno haciendo un determinado producto que nadie quiere comprar.
Mirarnos al espejo cada día. Reconocer que, si las cosas van bien, tenemos mérito; pero que, si las cosas van mal, somos responsables y no víctimas. Como plantea Jim Collins, cuando las cosas van mal, de nada sirve mirar por la ventana y pensar que todo es culpa de lo de afuera, es justo ese momento en donde hay que mirarse al espejo, asumir nuestra responsabilidad y empezar a buscar cómo podemos hacerlo mejor la próxima.
Todas estas ideas parten de lo mismo: primero precisamos conocernos a nosotros mismos, saber cuáles son nuestras fortalezas y tener la convicción de que siempre hay oportunidades para hacerlo mejor.
En definitiva, si nos preocupamos por hacer las pequeñas cosas bien y cada vez mejor, si aprendemos de nuestros errores y nos responsabilizamos cuando los resultados no son los que esperamos para buscar los planes que nos lleven otra vez por el buen camino, seguramente tengamos muchas más chances de tener éxito en lo que nos propongamos. Al final, la competencia más importante es siempre con nosotros mismos.