Por Pablo Regent, profesor del IEEM
Sobre lo que es dirigir una empresa, o simplemente gestionarla, se escuchan muchas cosas. Algunas de ellas sensatas, otras realmente inauditas. Lo que más llama la atención es que hay algunas afirmaciones que se hacen y se aceptan con increíble pasividad, pero poco condicen con lo que de verdad se vive en las empresas bien lideradas. De alguna forma, podríamos decir que hay mitos sobre el buen gobierno. A continuación, voy a señalar solo algunos, quizás los más comunes y a su vez menos veraces.
Cuando se toma la decisión correcta, uno puede dormir tranquilo. En realidad, esto solo lo pueden afirmar quienes no toman decisiones políticas, que por definición exigen elegir entre alternativas que, a la vez que consecuencias deseables, anticipan efectos no deseados. Por lo tanto, tomar una decisión de gobierno, con toda la prudencia factible, y luego creer que a continuación uno se olvida del tema es sinónimo de una de dos cosas: o quien decide es un irresponsable que pasa de las consecuencias no deseadas de su decisión, o simplemente es un ignorante que no tiene la capacidad de anticipar lo que puede llegar a suceder.
Actuar bien desde el punto de vista ético es bueno para los negocios. Esta afirmación, con orígenes muy fáciles de rastrear en la academia anglosajona, es una temeridad que, como mínimo, hace pensar que quien la afirma nunca hizo ningún negocio. La expresión original “buena ética, buenos negocios” puede señalarse como falsa, a partir de un análisis empírico. Si alguien está en un puesto de dirección, seguro se encontró ante situaciones en las cuales “actuar mal” era una condición para “un buen negocio”. El mandato de mantener una buena conducta en los negocios no es porque ello trae buenos negocios, es simplemente debido a que hay que actuar bien y evitar actuar mal. Y si actuar bien tiene costo, aceptarlo y a otra cosa.
La confianza cuesta ganarla, pero se pierde en un instante. Evidentemente, si alguien defrauda mi confianza en forma alevosa y con premeditación, la confianza en esa persona baja a cero. Sin embargo, cuando la “defraudación” tiene que ver con detalles más vinculados a circunstancias, momentos especiales, o simplemente errores en las expectativas, ¿alcanza para dejar de confiar en esa persona que en el pasado se había mostrado digna de confianza? Quien afirma tajante un juicio tan temerario debe ser una especie de anacoreta o monje budista. La verdad es que cualquier persona sensata, usted o yo, sabe bien que alguna vez ha defraudado. Quizás usted no, pero yo seguro. Pese a eso, me considero una persona digna de confianza. La verdad es que en las relaciones humanas el perdón y la comprensión de las circunstancias particulares está muy presente en el mantenimiento de las relaciones de confianza. En realidad, muchos de los que afirman el mito que aquí se critica son personas que nunca han confiado de verdad y, por lo tanto, nunca han tenido que construir y zurcir ese bien tan preciado que es la confianza mutua.
Las normas están para cumplirlas. Y para no cumplirlas cuando corresponda. Luis Manuel Calleja, citando a Aristóteles, señalaba: “Gobernar ateniéndose exclusivamente a la ley es gobernar mal”. Si para bien dirigir una organización alcanza con hacer funcionar en automático las normas y procedimientos, ¿para qué hace falta un directivo? Alcanza con un algoritmo. Por el contrario, gobernar una empresa exige comprender el espíritu de la norma, aplicarla en función de su fin y tratar situaciones diferentes con acciones también diferentes. El aplicar el manual a rajatabla suele ser el camino de los jefes cobardes o, más común, de los que ponen por delante cuidar sus sentaderas antes que servir a sus subordinados y clientes.
Un buen amigo solía decir que hay personas que “están en la palmera”. Con esta expresión se refería a aquellos que ni se enteran de lo que sucede. En el mundo de la dirección de empresas, a tenor de lo que se escucha a veces, podríamos decir que también sucede. Hagamos el esfuerzo de no quedarnos allá arriba. Si tenemos un puesto de responsabilidad, muchas cosas buenas dependen de que bajemos.