Publicado el : 18 de Noviembre de 2022
En : General
Por Santiago Sena, profesor del IEEM
“Solo sé que no sé nada”, resume una de las máximas de la sabiduría socrática. La actitud de quien sabe que no sabe es de apertura hacia el otro y a su perspectiva y cosmovisión. Como no sé, hago silencio y escucho. Y quien escucha y se enfoca desinteresadamente en lo que el otro tiene para aportar, pregunta. No interpela para reconfirmar sus propias creencias y presupuestos ni busca exponer el error del otro con aires de superioridad moral o intelectual, sino que se abre a lo que el otro tenga que decir. Pregunta con curiosidad y con ganas de entender. De verdad.
Los liderazgos actuales exigen “más Sócrates y menos cátedra”. En un contexto marcado por desafíos políticos y sistémicos, la verdad no es de quienes detentan la autoridad, sino que está dispersa entre varios interlocutores que, en conjunto, pueden aportar en la construcción de una mirada integrada sobre un fenómeno complejo. Por eso, ejercer el liderazgo requiere escuchar y preguntar, con curiosidad.
Hay muchos dueños, presidentes y directores generales que tienen la impresión de que la gente hace silencio cuando entran a una sala de reunión. La gente se calla porque pone la mirada en ellos y espera que esa persona, que es la autoridad, hable. La gimnasia que propongo es la inversa. No hablen, faciliten un diálogo: denle voz a quienes piensan diferente, sostengan los silencios, pregunten con curiosidad. Y hay un énfasis particular en esto: con curiosidad. Con el afán de entender, sin juzgar. Hay una ganancia enorme en la transformación de sabelotodo a aprendiz. Y después de preguntar, profundicen y repregunten. Indaguen. Liderazgo y humildad no son ejercicios incompatibles ni, menos aún, antinómicos, sino que son parte de una misma dinámica. No hay nada más estratégico que ganar perspectiva en medio de la acción.
La curiosidad quizás haya matado a algún gato, pero no preguntar seguro va a matar a más de una organización. El líder como receptáculo de una verdad aparentemente revelada queda mudo ante los desafíos contemporáneos, donde diez expertos tienen diez libros distintos. O, peor, corre el riesgo de marcar un rumbo determinado con base solamente en sus impresiones subjetivas. La posibilidad de errar se exacerba, porque la solución a muchos problemas no es técnica y no depende, por lo tanto, de una autoridad… ¿Cómo retener talento joven? ¿Por qué es tan esquiva la transformación cultural? ¿Cómo mejorar la comunicación entre la dirección y los equipos operativos o comerciales? ¿Cuáles son los motivos por los que los colaboradores no usan el nuevo software? ¿Por qué no podemos cumplir el plan estratégico, si está repleto de objetivos loables y atractivos?
Y estas preguntas, algunas de muchas, son solo disparadores. Claro que estar abiertos a la escucha implica que escuchemos melodías que no nos gustan, más allá de las letras de las canciones. Sí. Preguntar equivale a que aparezcan cosas que no nos gustan o a frustrarnos. Pero la conciencia es siempre mejor que la inconsciencia, porque la conciencia se puede gestionar, mientras que lo inconsciente se ignora.
¿Estoy abierto a lo que los demás tengan para decir? ¿En qué situaciones específicas ejercito la indagación? ¿Cuántos espacios para el diálogo genuino y abierto facilito con mis equipos? Sea cual sea el diagnóstico, manos a la obra…