Por Valeria Fratocchi, profesora del IEEM
Las relaciones en las redes sociales ganan terreno sobre las relaciones cara a cara y, en algunos casos, han generado un tipo de adicción y dependencia; la inmediatez impera como nunca antes. ¿Qué es lo que importa?
El Eclesiastés nos dice que hay un momento oportuno para cada cosa:
“Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el cielo:
un tiempo para nacer y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado; (…)
un tiempo para llorar y un tiempo para reír; (…)
un tiempo para callar y un tiempo para hablar (…)”.
Tengamos o no una cuenta en esta red social, todos estamos viviendo el tiempo de Facebook. Algunos como protagonistas del intercambio de información e imágenes en el muro, cuyo explosivo crecimiento amerita que Facebook haya gastado el año pasado USD 1360 millones en sus propios centros de datos, en comparación con USD 606 millones en 2011. Otros, como sufridores del proceso, ya que para mantenerse a una distancia prudencial de este nuevo espacio de comunicación, optan por autoexcluirse y negar las invitaciones que se suceden en forma cada vez más frecuente por parte de amigos, clientes y proveedores.
En los lugares de trabajo se presenta el dilema de conciliar las aspiraciones del área comercial, que trabaja en pos de sumar seguidores de la empresa en camino al cumplimiento de sus objetivos de promoción y fidelización, con las quejas esgrimidas por los jefes de muchas áreas operativas debido a que su gente “no se concentra”, “comete errores”, deja procesos inconclusos o pierde tiempo productivo porque se conecta a Facebook “todo el tiempo”.
Mientras no se habían popularizado los smartphones, algunas políticas organizacionales lograron paliar la situación imposibilitando la conexión a Facebook desde las computadoras de la empresa. Fue una “solución” antipática y transitoria, provista por los técnicos de IT, que imponía otras limitaciones de conectividad no siempre funcionales a la labor del empleado. Pero ya no es así.
Continuamente conectados
Al analizar las preocupaciones de las empresas se evidencia que el centro de la molestia radica en la continuidad de la conexión a Facebook, en ese hábito ya instalado en sus empleados de estar permanentemente conectados y, por lo tanto, pendientes de lo que ocurre en las redes sociales; aunque eso afecte negativamente la productividad, el contacto empático con los clientes e incluso su seguridad personal.
Los empleados, cuestionados sobre esta inquietud de sus empleadores, responden con una lógica similar a la de los autodefinidos “fumadores sociales”, que sostienen que consumen ocasionalmente y que tienen control de la adicción, llegando incluso a afirmar enfáticamente que fuman “cuándo” y “cuánto” quieren, aventurándose incluso a decir que pueden dejar el hábito tan pronto lo decidan.
En esta línea, hay quien dice que solo entra a Facebook “cada tanto”, que solo mira el muro “por arriba”, que lo usa “solo” para enterarse de lo que pasa, pero que no publica nada, etc.
La realidad es que, volviendo al ejemplo de los fumadores “sociales”, este tipo de argumentos se asemeja bastante a los que podríamos llamar un seguidor “social” de las redes, que cree que controla una necesidad de estar conectado pero en realidad ya tiene signos obvios de dependencia.
Una retroalimentación adictiva
En las redes sociales, la cantidad de posts y de visitas se retroalimentan entre sí, evidenciando dos necesidades complementarias de sus seguidores: la necesidad de ver y la necesidad de ser visto.
En ambos casos, debemos estar atentos a los límites adecuados para que la necesidad de ser visto no derive en un exhibicionismo del mundo personal y recorra el camino sin retorno de la pérdida de privacidad.
Complementariamente, la necesidad de ver y saber qué pasa en el muro, podría rápidamente apartarse de la curiosidad propia de la aldea y dar paso a un interés obsesivo por la realidad ajena y al temor patológico de “perderse algo” de lo que allí sucede (FOMO-Fear of Missing Out).
Las conductas adictivas, sea el consumo de tabaco o de redes sociales, son esencialmente negativas porque dan cuenta de hábitos que escapan al control de la persona y erosionan su poder de voluntad.
Pero además, en este caso ocurre lo mismo que con otras adicciones: no es negativo solo “el vicio” en sí, sino que además es perjudicial la pérdida de conductas positivas que va horadando gradualmente. En otras palabras, el tabaco es dañino en sí mismo, pero además va minando los hábitos saludables, por ejemplo el de hacer ejercicio físico, que el fumador empieza a dejar de realizar cuando se nota más fácilmente fatigado.
El “enganche” con las redes sociales también afecta negativamente otros hábitos que comparativamente se ven como más trabajosos de sostener y que no encuentran su momento oportuno cuando el tiempo de Facebook es uno solo, continuo y permanente.
“Estar” más allá de las redes sociales
Quedó por el camino el tiempo para el vínculo real fuera de la pantalla, para el encuentro cara a cara, para el diálogo de las palabras sin abreviaciones, para las emociones compartidas desde la vivencia y sin emoticones, para ser uno mismo sin depender de a quién le gusta o no le gusta, para sentirnos contenidos en vez de conformarnos con “abrazos psicológicos”.
Y, tan importante como estar presente para otros, es fundamental estar verdaderamente presente y consciente para uno mismo, ejerciendo esa esencialidad humana que nos diferencia de los demás seres que habitan la Tierra: la autoconciencia… Plenamente conscientes para el diálogo interior inteligente, para planificar qué quiero ver “posteado” en mi muro dentro de cinco años, para diseñar esa futura foto que dirá cuál es mi perfil, para el ejercicio autocrítico que me permita saber si yo me gusto o no me gusto a mí mismo.
Hace poco Facebook anunció que planea llevar Internet mediante drones y satélites a lugares remotos del mundo, en lo que sin duda es un excelente esfuerzo en pos de la universalización del acceso a Internet, no solo para conectarse a Facebook sino a toda la potencialidad de la web.
Las fronteras se corren ante cambios tecnológicos como este y las coordenadas de espacio y tiempo se resignifican.
En este “tiempo de Facebook”, es menester retomar las antiguas enseñanzas para revalorizar la compartimentación de momentos oportunos para cada cosa y para que el sobrevaluado multitasking no siga ganando adeptos crónicos y empobreciendo nuestro desempeño laboral y nuestra vida de relación. Así podremos poner cada cosa en su lugar y habrá un tiempo para todo y un tiempo para cada cosa bajo el cielo:
un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado;
un tiempo para trabajar y un tiempo personal;
un tiempo para el muro y un tiempo para vínculos reales;
un tiempo para estar con otros y un tiempo para el diálogo conmigo mismo.
Publicado en Café & Negocios, El Observador, 25 de marzo de 2015. Caricatura: Salvatore