Publicado el : 28 de Junio de 2024
En : General
Por Santiago Sena, profesor del IEEM
Aquello que hace siglos los griegos denominaron autarquía, que es el gobierno de uno mismo, supone que la persona sea capaz de mirarse a sí misma, reflexivamente. Porque no se puede gestionar lo que no se mide, ¿cierto? O sea que liderarse a uno mismo implica conocerse.
Si una persona no se conoce en profundidad, es improbable que entienda por qué actúa como actúa. No me refiero al conocimiento de lo obvio, lo dado, lo observable, lo evidente, lo que todos sabemos que hacemos; sino a lo invisible: nuestras creencias, nuestros mandatos, nuestros paradigmas y horizontes de precomprensión, nuestros modelos mentales e inferencias, la fuerza de nuestras pasiones, la riqueza de nuestro mundo emocional, nuestros sesgos y prejuicios, nuestras lealtades con personas e instituciones, nuestras incapacidades y vulnerabilidades (o nuestras sombras), nuestros valores o criterios y la forma en que los ponderamos para tomar una determinada decisión.
Todo esto, que es invisible, está ahí cada vez que usamos nuestra libertad. A veces, de manera un poco más consciente. Las más de las veces es un conjunto de mecanismos subrepticios, ocultos, que funcionan “sin que nos demos cuenta”. La tarea de quien se conoce a sí mismo pasa por desentrañar estos procesos interiores, mirarlos y elegir, con libertad, cuáles quiere sostener y cuáles no. Hacerlo es difícil. Muchas veces duele, literalmente. Y tener consciencia de algo que quiero cambiar no es garantía del éxito del intento, es solo el prerrequisito del cambio. Conocerse verdaderamente supone cuestionar mandatos y creencias, redefinir modelos mentales a través de la autoindagación, moderar la inercia de determinadas pasiones, interpelar prejuicios, replantear lealtades o resignificar criterios, entre muchas otras formas más de saber quién soy y qué quiero.
Hay muchas maneras de conocernos. Karl Jaspers hablaba de “situaciones límite”, agradables y desagradables, como el nacimiento de un hijo o una pérdida, respectivamente. Estas situaciones nos definen y, por tanto, nos ayudan a entender quiénes somos. Pero en la cotidianeidad también hay formas de alcanzar ese centro interior que parece tan cercano como inasible. Hay muchos métodos, que en su raíz etimológica significan “caminos”. Cada camino es una forma de adentrarnos al misterio de nuestra propia existencia. No hay correctos ni incorrectos, sino algunos más efectivos que otros, en función de nuestro momento personal y de nuestras creencias.
En el IEEM, entendemos que los líderes deben conocerse y que hacerlo no es fácil. Por eso, proponemos diferentes métodos.
Uno es retirarnos. Nuestros programas más largos incluyen siempre algunas salidas. Irnos a otro lugar es una analogía geográfica para ayudar a ver(nos) desde otro lado. En otro contexto puedo verme con mayor perspectiva. En otros tiempos. Fuera de rutina.
Otro es la introspección. Por eso, en el aula proponemos momentos de reflexión profunda sobre quiénes somos, qué queremos (propósito), cuáles son los mandatos que acarreamos, qué creencias y lealtades influyen en nuestros criterios, cuáles son nuestros sesgos, etcétera.
Otro camino incluye la mirada de un tercero, que nos acompaña. Desde la Unidad de Coaching, desarrollamos un Learning Journal que usan los participantes del MBA+ en su recorrido con un coach ejecutivo que los acompaña a lo largo de todo el primer año, indagando productivamente en todos los puntos enumerados más arriba.
Ningún camino es perfecto ni suficiente. Hay decenas de posibilidades más: el yoga, la peregrinación, la oración contemplativa, la escritura creativa, la meditación, una buena charla con una persona que nos conozca y nos quiera bien, o una actividad deportiva desafiante, exigente y extenuante. Cada uno sabe qué y cómo. Y si no lo sabe, que lo busque, porque se pierde la posibilidad de encontrarse consigo mismo.
No digo que el que no se conoce no puede tener autoridad y ser técnicamente brillante, económicamente muy exitoso o socialmente reconocido. Digo que quien no se conoce no puede liderarse a sí mismo tan efectivamente como quien sí lo hace.
Y al conocernos y liderarnos, tenemos 90 % de la tarea de dirigir a otros resuelta. Por eso, el autoconocimiento es una parte inherente al liderazgo.
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