Por Valeria Fratocchi, profesora del IEEM
La industria del cine nos deslumbra y emociona una vez más; pero en esta oportunidad, el aplauso más prolongado va por enseñarnos a enseñar en el mar de la diversidad.
La noticia se repite en cada país tras el estreno: en el primer fin de semana en cartel “Buscando a Dory” arrasa la taquilla y retroalimenta la tesis de los cinéfilos que sentencian que 2016 es el año de Disney.
Dory es una pez cirujano azul y negro que aprendimos a querer cuando acompañaba a Marlin mientras buscaba a Nemo. En aquella oportunidad, su falta de memoria de corto plazo era casi un toque de humor que equilibraba el estrés de la trama; pero ahora la dificultad de Dory está en el centro de la historia. La inclusión de la diversidad es en el fondo lo que esta película nos ayuda a visualizar, a comprender y a aceptar.
Solemos creer que lo diferente siempre viene por una carencia que separa a la persona del estándar esperado, sea la falta de memoria de corto plazo de Dory, un déficit atencional, la dislexia, etc.; pero desde los 80 un profesor de la Universidad de Harvard, Howard Gardner, planteó su teoría de las inteligencias múltiples y con ella el hecho de que somos diferentes y de que cada uno de nosotros tiene un área de talento que puede o no alinearse con el concepto tradicional de lo “normal” y deseable: inteligencia lingüística, inteligencia lógico-matemática, inteligencia espacial o visual, inteligencia musical, inteligencia corporal-kinestésica, inteligencia intrapersonal, inteligencia interpersonal, inteligencia naturalista. Incluso aquellos que tienen altas capacidades, que antes llamábamos “superdotados”, son niños con necesidades educativas específicas, a medida de su potencial, que en el sistema “normal” se encontrarán incomprendidos y frustrados por no poder recorrer buenos procesos de aprendizaje.
Seguramente muchos niños que fueron al cine como tantas veces, encontraron además del entretenimiento el alivio de saberse en la misma inadecuación que esta pececita que “no encaja” y con la que es tan fácil identificarse.
Pero lo mejor está reservado para los adultos, que reciben con esta película una enseñanza clara y sencilla sobre las claves para desarrollar a los niños que se separan de algún estándar y sufren por el fracaso de ser mal evaluados sin poder desplegar su potencial.
1. Temple Grandin es ya por todos conocida, no solo por ser autista sino por haber revolucionado las técnicas de manejo animal en la industria frigorífica. En sus recomendaciones para la educación de personas autistas, plantea la criticidad del vínculo uno a uno y cómo hay una cantidad de horas semanales en las que el niño con capacidades diferentes debe contar con la completa exclusividad de la atención de un adulto referente. Los padres de Dory muestran este ejemplo de dedicación fuera del aula de la clase del maestro raya, con un espacio específico para enseñarle una y otra vez determinadas rutinas que ella va incorporando a su tiempo y gracias a la ternura que se moviliza en un vínculo de este tipo. Este apego tan particular —en el caso de los padres sostenido espontáneamente por el amor parental— en el caso de los educadores es uno de los elementos que hay que apuntalar y propiciar ya que la confianza de este tipo de vínculos es lo que habilita al intento, al error, al proceso de superación.
2. El funcionamiento colaborativo a nivel de un equipo en el que la diversidad es el punto de partida y en el que se construye a partir de la complementación de los distintos talentos. La beluga aporta información de contexto con su sonar, Destiny —la tiburón ballena— habla un idioma particular y conecta al equipo, el calamar es un maestro del camuflaje y resuelve la movilidad de Dory, pero, tan visibles como son sus capacidades, llegan incluso a irritarnos sus “imperfecciones” ya sea porque Destiny es corta de vista y se choca contra todo o por limitaciones emocionales menos visibles como sería la falta de competencias sociales del calamar. La auténtica aceptación de que con la inhabilidad viene una habilidad diferente queda además brillantemente ejemplificada por Dory, que llega a desesperarnos con su falta de memoria, pero que se destaca por su capacidad para resolver problemas con poca información y se atreve a tomar decisiones difíciles que paralizarían a otros. La verdadera inclusión de Dory no está anclada en la penita de verla perdida, sino que se la incluye en el equipo porque su falta de memoria de corto plazo es solo el lado oscuro de sus habilidades sociales y de su enorme creatividad resolutiva. Por eso, cuando las “papas queman”, los otros personajes reconocen su natural talento y buscan resolver la crisis preguntándose “¿qué haría Dory en esta situación?”.
3. Creer en el niño es tanto o más importante que creer en la estadística de los progresos esperables y nuevamente recurro al testimonio de Temple Grandin que en sus conferencias siempre le dedica un reconocimiento especial a su mamá por esa convicción inquebrantable que alimentó la fortaleza para perseverar con esmerada paciencia a pesar de los magros logros diarios. Su madre logró enseñarle a hablar pese a los pronósticos y Temple habló a los 5 años. Siguió apoyándola siempre y la alentó a que fuera a la universidad donde el Dr. Carlock, que también creyó en ella, la mentoreó en el proceso de convertirse en una experta mundial, también enfrentando el escepticismo del mundo científico. Del mismo modo, los padres de Dory creen en ella con esa convicción que puede parecer hasta irracional pero que no hay que confundir con una negación de la inhabilidad de su adorada “escamitas” sino que hay que entender desde la imprescindible decisión de confiar en que perseverando e insistiendo ella va a lograr su aprendizaje, va a encontrar el camino de ostras en el fondo del mar. Creer que cada persona tiene una historia de superación personal para vivir es lo que sostiene el arduo proceso, no solo como combustible para la alta exigencia sino porque encierra un mensaje de aprobación implícita de los pequeños logros y de asimilación constructiva de los seguros errores que se irán dando.
Publicado en Café & Negocios, El Observador, 13 de julio de 2016. Caricatura: Salvatore