Por Pablo Regent, profesor del IEEM
Existe una fábula muy conocida que cuenta cómo un viajero, al encontrar tres picapedreros picando piedra a la vera del camino les preguntó uno a uno qué era lo que estaban haciendo. El primero dijo que estaba picando piedra, el segundo, respondió que estaba ganando el pan para su familia, mientras que el tercero contestó que estaba construyendo una catedral. Los tres coincidían en decir la verdad, pero sus respuestas traducían una visión completamente diferente de comprender cómo y por qué suceden las grandes cosas.
En el mundo científico se conoce como Efecto Mariposa a una teoría que sostiene que el aleteo de una mariposa en una playa del Caribe puede desencadenar un tifón en el medio del Pacífico. Es obvio que la mariposa no mueve sus alas con el objeto de disparar el huracán. Sencillamente hace lo que tiene que hacer, lo que le toca por su naturaleza y cosas enormes suceden por ello. La mariposa ni se entera de las consecuencias de su aleteo, porque no tiene la capacidad de enterarse, pero principalmente debido a que su efímera vida la hace salir de escena antes de que el tifón comience su andadura. En esta columna afirmamos que en la vida en sociedad también hay un efecto mariposa. Si lo captamos, si comprendemos su potencial, nos daremos cuenta de que cada uno de nosotros tiene una enorme responsabilidad en lograr los cambios que tantas veces reclamamos a otros
¿Queremos una sociedad más educada? Hagamos nuestro mayor esfuerzo con nuestros hijos. Lo que no hagamos nosotros como padres nadie lo podrá hacer. Pero lo que logremos con cada uno de ellos repercutirá en lo que ellos harán a su vez con sus hijos y así sucesivamente. Las consecuencias de esa vela esperándolo para conversar a la vuelta de la fiesta, de ese ejemplo en el trato diario, de aquel consejo incómodo pero certero serán los cambios en un haz de personas que irán haciendo su propia historia. ¿Nos fastidia la falta de seriedad en la empresa, en la calidad de los servicios, en la mugre de la ciudad, en el despropósito de algunos servidores públicos? Trabajemos muy bien en nuestro lugar de trabajo. Hagamos lo que nos toca de forma tal que los demás se sorprendan: lo mejor posible, puntual, sin vueltas, con transparencia. Si somos jefes, que nuestros subalternos se sientan orgullosos de nosotros y ello los motive a trabajar mejor, a hacer más. Si solo tenemos colegas, que nuestro bien hacer los empuje a no ser menos.
Grandes cosas que afectaron a millones han sucedido debido a innumerables mariposas, pero rara vez se les ha agradecido. ¿Qué saben los franceses de lo que le deben a los padres de De Gaulle? ¿Y los alemanes a los maestros de Adenauer? ¿Los ingleses a los superiores de Churchill? ¿Cuánto tendríamos que agradecer todos al padre de Juan Pablo II o a los mentores de la Madre Teresa? Cada uno de esos grandes hombres y mujeres, grandes por haber dejado surco, por haber decidido tomar un destino entre sus manos y torcerlo, hizo lo que hizo gracias a lo que vio y recibió. El mundo como lo conocemos hoy es el producto de las acciones de algunos hombres y mujeres que, a través de la pluma, de la acción política, la milicia, cada vez más gracias a la empresa y la ciencia se convirtieron en agentes de cambios. Cuando les llegó el momento de actuar llevaban en ellos la acción acumulada de muchos que les precedieron y que con sus aleteos sordos y desinteresados se volvieron protagonistas de ese cambio que quizás ni soñaron.
Nadie puede negar que en nuestro país hay mucho para cambiar. Algunos trabajan para hacerlo posible a través del cambio estructural. Esta bien que así sea. Esa es su responsabilidad personal, son los dirigentes políticos y sociales. De que ellos hagan su trabajo a conciencia muchas cosas buenas dependen. La enorme mayoría de la población no tiene allí cabida, es imposible que la tenga. Más tiene una enorme capacidad de actuar en cambios mayores, más perdurables, más significativos. Solo es necesario que sean concientes de ello pues entonces sus aleteos cobrarán un sentido trascendente y sabrán, como el picapedrero de la fábula, que no solo están picando piedras, sino que están construyendo una catedral.
Publicado en El Observador, 15 de agosto de 2009.