No sé por dónde irá tu intuición si, visto el título, aún estás leyendo estas líneas. En ese caso, gracias, te pido solo unas pocas líneas más de crédito. Yo me refería al pobre de Gulliver, el navegante que por infortunio cayó en el reino de Liliput, aquel de los habitantes diminutos. Superada su sorpresa ante la talla de sus anfitriones, mayor aún fue la que tuvo al saber la razón del estado de guerra que mantenían con el reino de Blefuscu. Según parece, en Liliput había un acalorado debate sobre un decreto que reglamentaba de qué lado debían perforarse los huevos para ser consumidos. Esto había causado ásperas divisiones, al punto de que la facción disidente hubo de exiliarse en Blefuscu, desde donde incitaron al rey a entrar en guerra.
¿Sigues aquí? Johnatan Swift, el autor de “Los viajes de Gulliver”, buscaba satirizar diversos sucesos de la época (S. XVIII). En particular, este episodio procuraba suscitar la reflexión acerca de cómo la discusión de asuntos arbitrarios, convencionales, metafísicos y relativos a creencias pueden desencadenar consecuencias penosas.
¿Qué cosas vale la pena “discutir”? Existe una escala ascendente, en términos de abstracción, donde básicamente podemos distinguir tres niveles. El inferior refiere a los aspectos técnicos, hechos que obedecen a leyes donde la ciencia describe comportamientos. En este terreno, más que discutir, se comparan, eligen y aplican técnicas y herramientas que nos acercan a los resultados más convenientes. ¿Cuáles son estos últimos? Aquí vamos subiendo en la escala y entramos al terreno donde tiene sentido la discusión propiamente dicha. ¿Cómo promovemos el empleo en un determinado contexto? ¿Qué competencias conviene fomentar en la educación inicial? Aquí no hay verdades absolutas ya consensuadas, hay diferentes bibliotecas, matices que no permiten extrapolar directamente soluciones de otros contextos, etc. Es en este nivel donde, aun estando de acuerdo en un cierto objetivo (como reducir el desempleo manteniendo el salario real), no hay un consenso natural ni algoritmo que lleve a establecer el mecanismo ideal. Bienvenida la discusión.
Claro está que también nos preguntamos, siguiendo la escala ascendente, ¿qué deberíamos procurar, como individuos, como sociedad? Por ejemplo, un sistema que premia al mérito —entendido como desempeño— versus otro donde el mérito “se ajusta por punto de partida” y otro donde prima el reparto a partes iguales. Aquí se mantiene una componente práctica, ¿qué impacto tendría sobre otras dimensiones el promover uno u otro de estos sistemas donde la discusión mantiene pleno sentido? Como también aparece esa componente que podríamos llamar metafísica, ideológica, antropológica: ¿qué somos, para qué estamos, hay un fin al que estamos llamados…? Y en estos últimos escalones, entramos en un terreno donde la discusión, más que generar algo bueno, suele producir rupturas, enconos, divisiones, resentimiento. Para algunos amigos, somos llanamente amasijos de células formadas por partículas donde actúan fuerzas nucleares fuertes, débiles, gravitatorias y electromagnéticas. Para otros, somos el work in progress de un Creador que nos invita a la salvación. Buscar la felicidad. Procurar mi placer y el de mi familia. Y así, tantas otras cosmovisiones, que podríamos llamar nuestros axiomas. Por supuesto es extremadamente apasionante y enriquecedor el intercambio sobre estas, aunque más no sea para comprender mejor al prójimo. El peligro está en llevarlo a la discusión, en su acepción de litigio entre contendientes.
Lo notable es que, aun proviniendo de diferentes cosmovisiones, hay mucho terreno de “denominador común” sobre lo que conviene promover. Más que las razones de fondo, observar qué causas producen qué resultados. He aquí el gran aporte de la fenomenología, introducida por Edmund Husserl y las “Weltanschauungen” de Wilhelm Dilthey. Es una pena no concentrar allí las energías de la discusión, por quemarlas en un ejercicio —las más de las veces fútil— de ante todo convencer del porqué, de mostrar que mi camino para llegar a esa práctica en la que estamos de acuerdo procede de los axiomas correctos, a diferencia de los tuyos.
Volviendo a los huevos, en Liliput todos entendían sus ventajas nutricionales. Posiblemente habría un consenso en torno a cómo aumentar su producción y calidad, o terreno fértil para discutirlo y generar así un mayor bien común. Pero, no hay tu tía, terminaron en guerra, todo por querer romper bien los huevos. Tenlo presente en tus círculos, en particular ahora que seguramente tengas unas cuantas cenas previas al nuevo año.