Columna de opinión de Ignacio Munyo en diario El Pais acerca de las elecciones argentinas
El próximo jueves asume el nuevo presidente de Argentina. Macri llega al poder con una pesada mochila de problemas a resolver pero impulsado por enormes ilusiones. Ilusiones que con inquietud cruzan el Río de la Plata.
Hace muchos años que se habla del inminente hundimiento de la economía argentina pero la realidad indica que esto no termina por suceder. Lo cierto es que hace cuatro años que Argentina está atrapada en una situación de estancamiento económico con elevada inflación (estanflación), situación que podría seguir por algún tiempo más, tal como sucedió en los 80.
La llave que tiene Argentina para salir de esta trampa es recuperar acceso al financiamiento externo. Para que el motor del crecimiento arranque de nuevo, entre otros factores, es necesario reducir la inflación. En la situación actual no es posible bajar la inflación (25% anual) porque es la única fuente de financiamien- to del elevado déficit fiscal (7% del PBI), que responde en una parte importante a subsidios (20% del gasto público). Como no es via-ble recortar los subsidios en el corto plazo, la esperanza viene por el lado de que existe espacio para endeudarse -la deuda pública asciende a 45% del PBI. Pa- ra acceder a financiamien-to externo, Argentina va a tener que regularizar su situación: arreglar con los acreedores impagos (fon-dos buitres) y blanquear las cifras de inflación. No hay misterio.
Se espera converger a un dólar único en el entorno de los 14 pesos argentinos. El nuevo tipo de cambio, más el anuncio inmediato de la eliminación de las retenciones -reducción en el caso específico de la soja-, sería la señal para que los exportadores vendieran los acopios a cambio de dólares frescos (8 mil mill.). También se cuenta con los dólares que saldrían de abajo de los colchones y volverían al sistema financiero (50 mil mill.) y se están negociando préstamos con los gobiernos de EE.UU., México y Brasil (25 mil mill.). Preo-cupa la magnitud del impulso inflacionario que podría venir de la mano de una devaluación superior al 40% del tipo de cambio oficial, necesaria para converger al nuevo valor único del dólar. Para que todo funcione la palabra clave es confianza.
Lo que pasa en Argentina siempre rebota en Uruguay, es inevitable. Dependiendo de la situación, hay sectores que se favorecen y otros que se perjudican. Sin embargo, a diferencia del pasado, hoy gran parte de nuestra suerte se juega en otras canchas, bastante más lejanas. Es hoy más relevante para el Uruguay lo que pasa con las tasas de interés y el retorno a la inversión en los países avanzados y su impacto sobre el flujo de ingreso de capitales al país. Probablemente también sea más relevante la consolidación del modelo de crecimiento chino basado en el consumo, que afecta directamente la demanda y el precio de los bienes que producimos y exportamos.
La dependencia comercial de Argentina se ha reducido marcadamente en los últimos 15 años. Argentina pasó de ser el destino del 20% de nuestras exportaciones a menos del 5%. Es esperable que en Argentina se desmantelen trabas a las importaciones y se reduzcan subsidios indirectos a la producción. El mercado argentino podría volver a ser atractivo para algunos sectores, pero difícil que este efecto mueva la aguja de la actividad económica de todo el país.
En el sector turismo seguimos siendo muy dependientes del ingreso de turistas desde Argentina (60% del total). Y tengamos presente que entran más dólares al país por turismo que por venta de carne o soja. Si bien este canal es importante, es muy difícil anticipar el impacto que puedan traer aparejados los cambios en Argentina. Por un lado juega el encarecimiento del Uruguay, pero por el otro pesan las mejores expectativas de los argentinos. Se respira la preocupación de que se concrete una retracción de la inversión de argentinos en Uruguay. Recordemos que la inversión extranjera directa procedente de Argentina representa el 35% del total que recibe el país. Aquí también es difícil anticipar el impacto, porque no solo es directo. No nos queda otra que redoblar esfuerzos para ser más atractivos para todos los inversores internacionales que ahora tienen un nuevo destino para mirar con atención. Mayores beneficios al amparo de la Ley de Inversiones -como las anunciadas recientemente por el gobierno- son buenas señales en esa línea.
Tal vez el impacto más profundo sobre nuestro país pueda venir de carambola. No directamente de lo que pase en Argentina sino lo que Argentina pueda afectar en el Mercosur. Por ahora es solo un discurso aperturista que se deberá plasmar en un liderazgo a nivel regional.
La inserción internacional es una de las barreras críticas que nos impiden alcanzar mayores niveles de productividad. En un ranking de 100 países, Uruguay se encuentra en la posición 68 según la carga tarifaria promedio que recae sobre el comercio exterior. El Mercosur no puede ser una traba para que Uruguay tenga un acuerdo de libre comercio con China para competir en igualdad de condiciones con países que ya lo tienen y le venden lo mismo que nosotros. El Mercosur tampoco puede ser una traba para que Uruguay considere ingresar al TPP, acuerdo de libre comercio que aglutina países que representan el 30% del consumo mundial y tiene un ingreso per capita promedio tres veces superior al del Mercosur.
Este tipo de acuerdos no son solo relevantes para reducir las tarifas que pagan los exportadores sino que también permitirían bajar el costo de insumos importados en el proceso productivo. Estudios internacionales sugieren que este efec- to indirecto es incluso más potente que el acceso a mercados.
Tal vez el liderazgo de Argentina permita reconciliar la postura del gobierno y lo que la mayoría de la población entiende necesario. En el 2006, menos del 30% de la gente estaba en contra del TLC con EE.UU. y este año solo un 10% se oponía a participar del TISA. Si un nuevo Mercosur logra desatar este nudo sería una gran noticia para el país.