Por Pablo Regent, decano del IEEM
¿Uno alcanza el poder y surgen los amigos o los amigos siempre estuvieron y uno llega al poder y trata de retribuir el apoyo? ¿Hablamos de amiguismo?
El amiguismo es eso que se dice en forma despectiva acerca de cómo los otros favorecen a sus amigos en perjuicio de los que no los son. En política parece ser un problema enorme pues una y otra vez saltan denuncias acerca de este y aquel dirigente que ha favorecido a algún allegado con un cargo, una licencia o lo que sea. Más aún, cuando un amigo es llevado a la justicia, los enemigos lo festejan mientras que los amigos lo defienden sin demasiado análisis. Y cuando la acusación, similar, cae en un amigo del otro bando, los roles de defensa y ataque cambian automáticamente. Puede que se trate de un instinto básico gregario o simplemente una medida de supervivencia, defendiendo a los amigos a la espera de que uno necesite de ellos. Pero más allá de todo lo anterior, ¿qué hay que hacer con la amistad cuando uno tiene una posición de mando?
Es común tener una visión un poco negativa de los amigos de aquellos que ocupan posiciones de poder. Se tiende a pensar que los amigos del poderoso lo son pues desean beneficiarse, o más aún, el dirigente deseará favorecer a sus amigos en cuanto tales. En fin, que mirado así parecería que el buen gobernante lo primero que debería hacer es despojarse de cuanto amigo haya a su alrededor. Sin embargo, otros dirán que se trata de un error. Para qué llegar a posiciones de poder si uno no puede retribuir a sus amigos de toda la vida, lo que quizás no sea necesariamente corrupto, sino simplemente una muestra de gratitud hacia todos aquellos que lo ayudaron en su camino.
Un dilema desde los griegos…
Como casi todos los dilemas, este tampoco es nuevo. Los griegos clásicos ya consideraban el problema y lo enfocaban desde ángulos totalmente opuestos. Plutarco[1] trata el tema y lo hace ofreciendo ejemplos de personajes reales. Entre ellos destaca el contrapunto de Cleón y Temístocles. En el caso del primero, al adentrarse en el mundo de la política parece que reunió a sus amigos y en forma directa les dijo que a partir de ese momento dejaban de serlo pues si no hiciera así “esta (amistad) debilita y desvía en gran medida las decisiones rectas y justas en la política”. Por el contrario, el héroe de Salamina, Temístocles, afirmó sin vergüenza que “él no pretendía ser imparcial con todos, pues no concebía un puesto de gobierno en el cual no pudiera favorecer a sus amigos más que a los que no lo sean”. Además de posiciones totalmente opuestas, ambas están equivocadas según el juicio de Plutarco. La de Cleón debido a que más que expulsar a sus amigos debería haber “expulsado de su ánimo la avidez de riquezas y de disputas”, mientras que la de Temístocles fallaba pues “tampoco él obraba con rectitud al subordinar la política a la amistad y supeditar los intereses comunes y públicos a los favores y pretensiones particulares”.
También Plutarco identifica a los que la apuesta por la confianza en sus amigos los arrastró a la deshonra. Es el caso de Solón, que, al desarrollar una ley para condonar deudas, no tuvo mejor idea que compartir su idea con sus amigos, los que se aprovecharon endeudándose en grandes cantidades para luego beneficiarse con la ley. Ante esta traición de sus amigos Solón pagó con la acusación de cómplice en la maniobra. Otro ejemplo que cita Plutarco es el de Agesilao, que le escribe a un príncipe subordinado: “si Nicias no es culpable, déjalo libre; si es culpable, déjalo libre por mí; de todas maneras, déjalo libre”.
Al final Plutarco concluye que no se debe ser amigo más allá de los límites que da la ley, la justicia y el bien común, pues el desprecio de esta regla terminará creando graves problemas. Pero si el lector cree que con esta regla podrá ver facilitado su camino para lidiar con tan delicado dilema, Plutarco le recuerda que “la ciencia del buen gobierno consiste en saber aplicar adecuadamente las excepciones”.
Gran tema el de los amigos cuando uno llega al poder. Fácil para filosofar, difícil de vivir. Si ya los griegos lo sufrían como vemos en Plutarco, qué dejar para políticos poco letrados y sin mucha capacidad de pensamiento abstracto. Quizás la clave de todo esté en profundizar en lo que significa realmente el término “amigo”. Que amigos se pueden tener pocos, pues exige un trato y un cultivo que demanda mucho tiempo y esfuerzo. Quizás lo que los griegos no entendieron, con perdón de Plutarco, es que lo que hay que distinguir es entre amigos y arribistas, que los primeros son pocos y necesarios, mientras los segundos muchos y despreciables.
[1] Las citas corresponden a La educación política en la Antigüedad clásica: el enfoque sapiencial de Plutarco, Biblioteca de Autores Cristiano, Ricardo Rovira (ed.), pp. 492 – 495.
Publicado en Café & Negocios, El Observador, 27 de diciembre de 2017.